LA MUERTE




El recuerdo de la muerte debe despojar el corazón de todos los objetos terrenos. Es necesario entender que si deseamos la completa liberación de nuestro ser será necesario empezar a conectarnos desde ahora con nuestra esencia.
En meditación morimos cada vez que entramos dentro y salimos. Empezamos a ser lo que verdaderamente somos.
Podemos aprender la sabiduría de los animales, de los árboles de toda la naturaleza, no hacen más que SER lo que son.
Aprendamos a morir sin
necesidad de que alguien nos acompañe, a morir sin preguntar a que hemos venido, o porque estamos aquí, o por que uno es pobre y el otro rico, simplemente aprendamos a Ser y dar gracias a Dios de todas sus bondades.


No solamente hay una fuerte conexión entre meditación y muerte, sino que casi son la misma cosa, son dos maneras de mirar la misma experiencia. La muerte te separa de tu cuerpo, de tu mente, de todo lo que no eres tú. Pero te separa en contra de tu voluntad. Te resistes, no quieres separarte; no estás dispuesto, no estás en un estado de «dejarte ir».
La meditación también separa todo lo que tú no eres de tu ser y realidad, pero la resistencia no está. Esa es la única diferencia. En lugar de resistencia hay un tremendo querer, un deseo, una apego impresionante. Lo quieres, lo deseas desde las profundidades más hondas de tu corazón.
La experiencia es la misma -la separación entre lo falso y lo real- pero por tu resistencia a la muerte, te vuelves inconsciente, caes en un estado de coma. En la muerte te aferras demasiado, no dejas que ocurra, cierras todas las puertas, todas las ventanas. La codicia por la vida está en el momento máximo. Sólo la idea de morir te asusta desde lo más profundo de tu ser.
Pero la muerte es un fenómeno natural y también absolutamente necesario. Tiene que suceder. Si las hojas no se vuelven amarillas y no se caen, las hojas nuevas, las jóvenes y frescas, no vendrán. Si uno sigue viviendo en el cuerpo viejo, no se cambiará a una casa mejor, más fresca, con más posibilidades de un nuevo comienzo. Quizás no tomará la misma ruta que tomó en la vida pasada, perdiéndose en el desierto. Puede ser que se cambie a un nuevo cielo de consciencia.
Cada muerte es un final y un principio. Es el principio de una aventura. Pero, como te aferras a la vida y no quieres dejarla -y tiene que suceder por ley natural- te vuelves inconsciente.
La meditación es tu propia exploración. Estás buscando saber qué es lo que te constituye, lo que en ti es falso y lo que es verdadero. Es un tremendo viaje de lo falso a lo auténtico, de lo mortal a lo inmortal, de la oscuridad a la luz. Pero cuando llegas al punto en que ves la separación de la mente y el cuerpo, y a ti mismo como un espectador, la experiencia de la muerte es lo mismo. No estás muriendo... una persona que haya meditado se morirá alegremente pues sabe que la muerte no existe; la muerte reside en el apego a la vida.
Una vez has probado tu ser a través de la meditación, todo el miedo desaparece, y la vida se convierte en una dimensión totalmente nueva, comenzaras entonces a cerrar los círculos que te atan al plano terrenal y los círculos y apegos que te detienen para tu total elevación.
Todo se vuelve misterioso y vivir en este misterio es la única manera de vivir en éxtasis; vivir en este misterio es vivir bajo una lluvia de bendiciones. Cada momento trae más y más y más penetrantes y profundas bendiciones para ti, Dios te da en abundancia, aprende a compartir con los otros y aprende a desapegarte de todo incluso hasta de lo que sabes para poder entregarte totalmente a la voluntad de Dios y llegar a la completa unión divina.
kLaUs

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