Una Bendición


Que tus PIES sepan siempre el rumbo hacia ti,

que caminen sin miedo hacia el reencuentro con tu propia esencia.
Porque la felicidad no es un destino,
sino ese instante en que te descubres detrás de tus pasos,
y entiendes que el verdadero gozo
está en saborear el polvo y el canto del camino.

Que tus OJOS aprendan a distinguir
no solo al colibrí, sino al soplo invisible que sostiene su vuelo.
Que sepas que, incluso en reposo, sigue siendo colibrí,
para que no confundas el sol con su luz,
ni el cielo con la voz que lo nombra.

Que tus MANOS sean siempre abiertas como ofrenda,
generosas para dar, agradecidas para recibir,
y que su gesto más frecuente sea la caricia
capaz de devolver calor a quien tiembla.

Que tu OÍDO sea leal
al escuchar tanto el ruego como el halago,
para mantenerte en equilibrio
y reconocer cuándo escuchas al mundo
y cuándo es tu propia voz la que te llama.

Que tus RODILLAS sean firmes
para sostenerte a la altura de tus sueños,
y suaves cuando llegue la hora de rendirse al descanso.

Que tu ESPALDA te acompañe
como pilar y refugio,
pero nunca cargue con pesos
que no te pertenecen.

Que tu BOCA sea ventana luminosa del alma,
y que cada sonrisa
sea un faro encendido para quien te mire.

Que tus DIENTES sirvan para saborear
y no para disputar la tajada más grande
a costa de otros.

Que tu LENGUA vista de verdad a tus palabras,
que no traicione a tu corazón
y sepa preservar la dulzura aun en la firmeza.

Que tu PIEL sea puente y no muralla,
territorio de abrazos y no de distancias.

Que tu PELO abrace tus ideas
como manto sagrado,
porque las ideas —cuando son tuyas—
te adornan más que cualquier peinado.

Que tus BRAZOS sean cuna y no prisión,
sostén y no cadena.

Que tu CORAZÓN toque su música con amor,
para que cada latido
sea un paso del Universo hacia adelante.


NOTA: La anterior es una versión actualizada de una bendición antigua que muchos se la atribuyen a los celtas y lo cierto es que se desconoce su origen.